Este monólogo tan conocido de "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Philip k. Dick, catapultado a la eternidad por formar parte de la escena cumbre de la película Blade Runner, es para mí el alegato vitalista más excelso de la historia de la literatura, y que curiosidad que Dick lo pusiera en boca de un replicante, de un androide; en definitiva de un ser "no humano". ¿O no es tan casual? Porque aquí topamos con uno de los temas claves de la obra de Dick, con una de sus mayores obsesiones: ¿Qué nos hace humanos? ¿Cuál es nuestra esencia? ¿Qué nos diferencia de el resto de seres vivos del Universo? ¿Y de aquello que somos o seremos capaces de crear, de "dar vida"?
Nadie como Dick para cuestionarse ese tipo de interrogantes sobre nuestra naturaleza, humana o divina; de buscar un sentido a la existencia, de implorar una transcendencia que intuye inexistente: la existencia de un demiurgo, un ser divino creador que dote de sentido a todo.
Y es que este monólogo, señores, pone en boca de un androide el deseo de trascender, la angustia por intuir que tras la muerte se encuentra el más absoluto y absurdo de los vacíos, y que todo aquello que hemos vivido, visto y sentido se irá con ello para siempre... se perderán como lágrimas en la lluvia.
Es hora de morir...
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