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Saludos fans de la Ciencia Ficción!!!Me llamo Iván Avila y os doy la bienvenida a mi blog. En él encontraréis un espacio en el que compartir nuestras inquietudes, visiones y gustos sobre la Ciencia Ficción y la literatura Fantástica en general. Cada semana iré introduciendo un relato de cosecha propia, junto con comentarios sobre mis lecturas, recomendaciones, clásicos, novedades y demás historias.Espero que lo visitéis a menudo y paséis un buen rato leyendo y compartiendo conmigo nuestra pasión común por la Ciencia Ficción.
lunes, 26 de septiembre de 2016
Reseña: "Unicornios sin cabeza" de Rafael Marín.
Había leído anteriormente otras obras de este autor, grande de la CF española, con dispar aceptación por mi parte, todo sea dicho. El caso es que me dispuse a leer este título, que ya de por sí traía algo de guasa, ya que era un conjunto de relatos titulados "Unicornios sin cabeza" y la duda le asaltaba a uno, pues si los unicornios no tenían cabeza, cómo saber si de veras eran unicornios o simples jamelgos trotones. Pues bien, leído el libro, he llegado a la conclusión de que había un poco de todo en esta compilación de relatos: unos, de bellísima factura, como "Los caminos de la arena", otros rompedores como "El payaso arrepentido", y otro correctos pero que seguro que dentro de un mes no recordaré ni el título. Lo dicho, una buena lectura pero un tanto irregular; hay auténticas perlas entre unos cuantos abalorios.
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Los duendes gurufos.
ResponderEliminarComo cada sábado, sin falta, el pequeño Hugo se despertaba invariablemente pronto con la ilusión de que fuera aquel el día esperado. Yo, sin embargo, llevaba ya demasiado tiempo demorando el momento, postergando la prometida excursión, dándole largas con excusas a cada cual más absurda por la que aquel fin de semana tampoco podríamos ir al Bosque Gurufo. Él quería ver un duende a toda costa y a mí aquello se me antojaba muy, pero que muy, complicado. Y eso que fui yo quien primero le habló del bosque, de la magia que se respira cuando te adentras en él, de los duendes, dragones, ojancanos y demás criaturas que en él habitan, según los lugareños. Pero jamás pensé que fuera tan insistente y ya comenzaba a notarle visiblemente frustrado, así pues, aquel sábado le dije que sí, que desayunase rápido y que iríamos a ver si nos topábamos con algún duende allí, en el bosque. Mientras íbamos en el coche familiar, yo le hacía saber, por cubrirme las espaldas en caso de no ver duende alguno, que las horas más indicadas para el avistamiento de duendes eran las primeras de la mañana o bien ya las últimas de la tarde, cuando ya el sol caía en el horizonte, y que siendo casi las once, ver un duende a esas horas sería casi un milagro. Aún así, insistía, pues tal eran sus ganas de ver un duende gurufo.
Aparcamos en la entrada del bosque, donde los lugareños instalaron hace unos años unas barbacoas de ladrillo refractario para disfrutar de comidas campestres en aquel inigualable entorno natural. Desde allí, nos fuimos adentrando poco a poco en la espesura, con Hugo escrutando cada palmo de terreno en busca de algún duende, hasta que llegamos, un par de horas después, al descampado de "las corraladas", en el otro extremo del bosque. Por el camino habíamos visto sólo algún que otro animalillo y unos cuantos corros de setas. Al llegar a aquel punto nos detuvimos. Notaba a Hugo fatigado por la caminata, pero era su semblante afligido lo que más me preocupaba y entristecía. La verdad es que se le veía profundamente decepcionado e iba a ser tremendamente difícil consolarle. Fue entonces, al dar media vuelta para encaminarnos de nuevo hacia la zona de barbacoas, cuando los vimos. Yo me giré primero y allí estaban, cruzando por el sendero, dos duendes gurufos, por sus colores se trataba de dos oga tigre, sin duda. Cruzaron a saltitos y cuchicheando de un lado a otro de la pista forestal, para perderse de nuevo en la espesura de los matorrales y las sabinas. Todo sucedió en un par de segundos. Yo quise avisar a Hugo nada más verlos, en cuanto giré y los vi, pero no me salió palabra alguna, ni siquiera un sonido gutural que lo hubiese llamado inmediatamente la atención; nada, tan sólo dibujé un gesto con el brazo y con la mano señalando el hallazgo para alertarlo, justo a tiempo para poder verlos él también, acaso un segundo o apenas la estela o las sombras de su paso por el sendero. Pero eso le bastó para volver contento a casa.